jueves, 15 de febrero de 2018

Razón implícita.


Érase una vez esta odisea
en una tarde de invierno 
de lo más normal, lo recuerdo,
cuando dejaste de ser fea
pero simpática,
que baje dios y lo vea.

Fue algo rocambolesco, lo admito,
pues de la nada 
dejaste a mi pobre mirada 
observarte, sin ningún grito,
pero qué alivio,
y qué bonito.

Diste con el botón secreto;
mi corazón, algo oxidado,
despertó de su hondo letargo 
y como si fuera un boceto,
te dibujó,
en su libreto.

Todo nos venía de cara,
y sin siquiera quererlo
nos hicimos presos,  
sin miedo a que todo avanzara...
pero siempre aparece ese algo,
como no, dando la vara.

El problema llega cuando analizas
y no llegas a ningún sitio,
esas "cosas" se van, sin decirlo.
No vuelven, te independizas;
pero recuerdas, y la piel,
irremendiablemente, se eriza.

Sabe dios que no hay persona
que te vuelva a enganchar como ella
cuando movía su melena,
y se convertía en tu ladrona,
tu compinche, 
tu leona.

Cada golpe, caída, cada revuelta
se tornaba en agradable rutina, 
dándonos la ansiada vida, 
nunca pasada de vueltas,
qué gozo, pensaba yo,
si nunca me sueltas.

Pero afrontas la realidad:
todo se acaba, y algo se enciende
vuelves a ser, vives los viernes
y disfrutas de la soledad,
incluso hasta Ella, tan bienamada,
recupera toda su fealdad.

 Al fin te sientes liberado
 se hace verano y se pone el sol
 ‎y agradeces mucho, de corazón,
 ‎por todo lo que has avanzado,
 pero eso ya es otra historia,
 ‎y esta, se ha terminado.


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