jueves, 10 de agosto de 2017

Dedos de sal.


Dichosa aquella noche de verano,
pasando por la vida de puntillas
haciendo de tus ojos mi octavilla
pintando nuevos sueños con las manos.


El cielo nos vigila, tan lejano,
me quedo con el mar de tus rodillas:
sus vistas; y mi sita, tus costillas
y ese rojo que desgarra, inhumano.


El miedo de mirarte desde abajo,
la envidia de no compartir camino
motivan a este corazón cobarde.


Tu risa, tu alegría: mi trabajo,
el deseo de escribir nuestro destino
en mil idiomas, juntos, nunca es tarde.



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